jueves, 1 de diciembre de 2016

La leyenda de la mano en la reja



En tiempos coloniales, en el ciudad mexicana de Morelia, en Michoacán, vivía el rico caballero Don Juan Núñez de Castro, casado en segundas nupcias con Doña Margarita de Estrada. Don Juan tenía una hija de un primer matrimonio, Leonor, famosa por su gran belleza, y quien era cortejada por numerosos jóvenes de la ciudad. Secretamente, Doña Margarita comenzó a albergar profunda envidia contra su hijastra, sentimiento innoble que acarrearía trágicas consecuencias.

Sintiéndose enfermo, Don Juan mandó a redactar su testamento, en el que legaba la mayor parte de su pertenencias a su hija, incluyendo la enorme casona en la que vivían, y poco quedaba para su esposa. Una vez muerto Don Juan, la hipocresía de Doña Margarita no tuvo razón de ser: ordenó a los criados que encerraran a Leonor en un sótano de la casa y mandó sellar la única entrada hacia la calle, una ventana con rejas. El trabajo fue hecho apresuradamente, por lo que un hueco quedó en la construcción.

Leonor, desesperada ante su horrible destino, lloraba e intentaba sacar la mano a través de las rejas y el hueco. El llanto y el ruego de Leonor comenzaron a causar alarma entre los transeúntes, quienes alertaron a las autoridades. Cuando éstas se presentaron en casa de Doña Margarita, la mujer convenció los inspectores de que todo eran habladurías y que no había motivo de sobresalto. La palabra de la viuda de un hacendado los convenció.

Leonor moría lentamente de hambre. A quienes preguntaban por ella, Doña Margarita aseguraba que se encontraba enferma y que debía guardar estricto reposo, lo cual hacía imposible verla. Su diabólico plan estaba claro: mataría de hambre a Leonor para decir que había muerto de una rara enfermedad.

Casi al borde de la muerte, el llanto de Leonor fue escuchado por un oficial mayor de la secretaría virreinal, de paso por Morelia, de nombre Don Manrique de la Serna. Lejos de asustarse, Don Manrique preguntó a la voz qué sucedía, y así se enteró de la terrrorífica trama que tenía lugar en la casona que había sido de Don Juan de Castro. Rápidamente puso en aviso a las autoridades virreinales, que exigieron a Doña Margarita la apertura del sótano. Allí se encontraron con el cadáver de Leonor, quien había muerto poco antes. Doña Margarita fue condenada a prisión y encerrada en un convento; los criados fueron ajusticiados. Don Manrique, dolorido por la muerte de tan bella joven, la sepultó en la iglesia de San Diego y mandó erigir un pequeño monumento en su memoria. Hasta el día de hoy, en la calzada de Guadalupe, donde se erige aún la casa, los paseantes dicen escuchar una voz dolorida que pide comida y agua, y una frágil mano fantasmal agitarse por entre las rejas de la ventana del sótano.


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